Imagen de perfilLa apelación

Juan Pablo Goñi Capurro 

Cuando le comuniqué que nuestra contraparte había decidido apelar, mi cliente cambió sus modales de manera radical. Perdió su actitud de hombre sensato y me insultó, sin aceptar que estaba fuera de mis posibilidades impedir al oponente el ejercicio de su derecho. Se fue antes que lograra convencerlo, dando un sonoro portazo, expresando la pobre opinión que le merecían mis servicios, amenazando con pedir mi expulsión del colegio. Por primera vez en mi carrera, salí rojo de vergüenza del despacho para enfrentar a quienes aguardaban en la sala de espera –mi secretaria tenía turno en el dentista. Mi rubor no tuvo testigos, me encontré con ocho sillas sin ocupantes, como si el comerciante los hubiera obligado a buscar otro abogado.
Semanas después vi el aviso de quiebra y comprendí la reacción de aquel cliente perturbado. Para entonces, se había vuelto una moda la sala de espera desierta.

 

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