Los principios de los juicios finales

Raquel García Ruiz · BARCELONA 

Vi un escueto anuncio en el periódico. “Se necesitan abogados”. Dos años ya en paro, necesitaba alimento. Llamé para interesarme. Mi interlocutor no concretó el lugar de la entrevista. Soy omnipresente, dijo. Y debía ser cierto, porque al segundo estaba ya reunido con él. Yo soy Dios. Yo soy Paco. Encantado. Lo mismo digo. Tenía una arrebatadora presencia. Me avergoncé de estar vistiendo unos vaqueros. Estaba visiblemente enfadado. El Hombre, a lo largo del tiempo, sólo le manifestaba desobediencia, explicaba, por lo que había decidido adelantar el Apocalipsis. Necesitaba abogados para el Juicio Final. No entendía si mi papel era de defensor o de acusador, ni siquiera sabía cuáles eran las leyes que regirían en ese tribunal. Seguramente un brujo estaría más capacitado que yo. Aun así, acepté el trabajo. Y ahora me alegro. Es tremendamente reconfortante condenar por fin a aquellos que eran inmunes a la justicia del Hombre.

 

0 Votos

 

Queremos saber tu opinión