Imagen de perfilEL QUE CALLA

Miguel Angel Zarzuela Ramírez 

Cuando finalizó el juicio, leí las barbaridades que improvisaron sobre mi desempeño como abogado defensor, esbocé media sonrisa y me fui a la cama tranquilo.

Tiempos de polarización, sin duda.

A la mañana siguiente, muy temprano, recibí la inesperada y habitualmente agotadora visita de mi cuñado favorito, también letrado. “¡Miguel, que el que calla otorga compañero, defiéndete!”, me aconsejó mientras gesticulaba vigorosamente para descargar el exceso de razón que pensaba le asistía (bienintencionado sin duda, era su manera de mostrar empatía). Pero yo, más partidario de “El que calla no dice nada”, asentí paciente durante toda su arenga, tuve que recurrir a un analgésico y volví a acostarme cuando se marchó. Afortunadamente, me desperté a tiempo de tomar una cervecita en el bar de abajo antes de comer, por prescripción facultativa de mí mismo.

Y las barbaridades vertidas, al no encontrar respuesta contra la que continuar enredando, se disolvieron rápidamente.

 

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