PROFESIONES LIBERALES
Belén Sáenz MonteroMi padre siempre se mostró más favorable a invertir en vigas para edificios que en la formación de sus propios hijos. Le apasionaba la naturaleza sólida y a la vez maleable del acero; la ausencia de alma y de voluntad. Las fórmulas y los procesos no requerían adaptación al nuevo rumbo que imponía el crecimiento de nuestros cuerpos. Tampoco besos ni abrazos. Para él, cualquier tiempo dedicado a los libros era antónimo de producción y de industria. Pero sucedió que una desafortunada explosión derribó los muros de su fábrica, doblegando los pilares y la ferralla, atrapándole entre hierros oxidados. Y fuimos mis hermanos y yo quienes acudimos en su ayuda. Juan, el ingeniero que diseñó su rescate; Ángel, el médico que alivió sus dolores; y yo, la abogada que defendió su reclamación al seguro.
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Siempre se ha dicho que se recoge lo que se siembra. Este empresario y constructor, que no valoró como debía lo que tenía en casa, recibió, sin embargo, una lección que, aunque no la mereciese, nunca olvidará. Desde esa explosión habrá un antes y un después en su vida. Ha aprendido que hay alguien con quien puede contar y que ha dejado en el mundo un gran legado.
Un abrazo y suerte, Belén
Nunca imaginó que una explosión haría que se derrumbase sobre él su fábrica. Y tampoco que sus tres hijos, ingeniero, médico y abogado, acudirían a rescatarle. El tiempo que sus hijos dedicaron a los libros no fue un tiempo perdido.
Amargas son las raíces del estudio, pero los frutos son dulces.
Un abrazo, Belén.
Es indispensable formarse para seguir avanzando. La ignorancia nunca trae nada bueno. Gran relato, Belén.