FOREVER
Esteban Torres SagraTenía que formalizar urgentemente un contrato como fuera para salvar el curso. Agobiado y sin ideas, decidí salir a ligar por los bares de la zona. Al minuto de conocerla y antes de perderme en sus ojos color trigo, concebí el trabajo: Como nadie estableció el objeto contractual, ¡redactaría un pacto con ella para vernos!. ¿Las condiciones? A tiempo parcial. De viernes a sábado. De veinte a veintitrés. Bla, bla, bla. Lo más genérico posible. Con cláusula de renuncia y contraprestaciones. Si conseguía su asentimiento por escrito podría sacar sobresaliente. A ella le pareció graciosa la ocurrencia y firmó. Aprobé con buena nota la asignatura como aprendiz de abogado, es cierto, pero aquel papelucho significó mucho más que una simple práctica jurídica cuando, cuatro años después, le borramos de mutuo acuerdo la fecha fin delante de un altar e incluimos un pago en especie que se llamó Laurita.
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Es un relato merecedor de todo premio. Original, con sentimiento y mucho arte como su autor.