Por Derecho

Cristina Palacios Cobos 

Cuando llegó al yacimiento, descubrió que no estaba solo. A su alrededor, decenas de cazafortunas se arremolinaban en torno a lo que él llamaba “sus tierras”. De hecho, había logrado un veredicto a su favor que le atribuía el pleno dominio sobre aquel bendito lugar. Y, con sentencia en mano, había decidido atravesar medio condado, temeroso de que las triquiñuelas de los más espabilados le impidiesen ejercer su derecho. Sin embargo, la noticia se extendió como la pólvora y, antes de que hubiese podido cumplir con su sueño dorado, un ejército de hombres rudos y sin escrúpulos le bloqueó el acceso a su propiedad. Ante él, unos conductos simulaban un laberinto resplandeciente de riqueza y oro. Y cuenta la leyenda que el buen hombre, lejos de rendirse, luchó hasta la muerte sosteniendo un papel que decía que él era, por ley, el hombre más rico del mundo.

 

 

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