Menú y Silencio

Teresa Hernández Díaz · Madrid 

Aceptó el caso porque ésa era su doctrina, aunque sabía que una viuda con una orden de desahucio difícilmente podría abonarle los honorarios, y ella, agradecida, le invitó a comer. Era una excelente cocinera. Había preparado un delicioso pato flameado y lo paladeó con gusto; no tanto la pera conferencia que le sirvió de postre, hubiera preferido una tarta recién horneada, pero el desencanto de la fruta quedó compensado con el sublime aguardiente que degustó durante la sobremesa. Era la única forma en que ella podía compensar su trabajo. – Es de mi tierra. Destilado en casa. Fue entonces cuando vio deslizarse una lágrima por la mejilla de la anciana. Sin apenas voz le preguntó: -No van a quitarme la casa, ¿verdad? El letrado apuró el vaso y se levantó incapaz de decir la verdad. -Tengo prisa. Ya hablaremos.

 

 

0 Votos

 

Queremos saber tu opinión