CONVENCER Y REIR

Benedicto Torres Caballer · Valencia 

Comenzaba el curso. La algarabía del rebosante primero desapareció cuando un joven, trajeado, con un caminar como de camello y una extraña verruga nasal, que le hacían más mayor, entró intempestivamente. Después de extraer de su maletín un cartapacio que dejó bruscamente sobre la mesa, dijo con simpatía: “Buenos días. Soy vuestro profesor de Derecho Romano”, luego prosiguió enervándose: “Este año me impiden haceros el examen oral en latín, pero ese socavón rectoral lo subsanaré”. En la última fila, un repetidor levantó el brazo mostrando un sobaco manchado de sudor e interrumpiendo gritó: “Profesor, ¿este año también traduciremos?”. “Evidentemente, señor Giménez; aunque Cicerón resulte algo plomo es imprescindible su memorización. Mañana comenzaremos con Diocleciano. Traigan un diccionario”, respondió escuchándose un murmullo general de acobardamiento. Luego recogió y salió. Poco después, en el aula de quinto, el profesor amonestaba, por llegar tarde, a un risueño alumno con una extraña verruga nasal.

 

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