Imagen de perfilEl jurista y el gato

María del Mar Suárez Sanabria 

Desde aquel día de primavera en el que compré un gato negro con un ojo rojo apenas duermo. Y he terminado, con nocturnidad, tres intensos cursos de formación sobre el derecho natural. Todo porque un día llevé a Confesión, así se llama mi gato, al despacho.
Le dije con una sonrisa: ¡A trabajar!
Él se colocó detrás de mí y me observaba con atención, mientras redactaba mis demandas. Uno de esos días aciagos, en los que por más vueltas que des a un caso, no puedes razonar sus fundamentos jurídicos, desesperado, me fui a tomar un café, dejando a mi gato en el despacho. Cuando regresé, me lo encontré tecleando en el ordenador y resolviendo con brillante argumentación el sumario. Me miró con prepotencia y su ojo rojo me heló la sangre en las venas. Hace dos semanas, a hurtadillas, lo pillé probándose mi manida toga delante del espejo.

 

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