Imagen de perfilEl Doctor Jiménez

Manuel Rodríguez Antón 

No tenía formación, ni título académico alguno. Tampoco una tesis. No recitaba artículos de memoria ni utilizaba términos rimbombantes, y, para razonar sus respuestas, huía de argumentos manidos y recurría al sentido común. De ahí que no había en el pueblo un solo vecino que no hubiera acudido a él para obtener su confesión. Lindes o herencias, daba igual. Era, sin quererlo, experto en todas las ramas del Derecho y era, también sin saberlo, un destacado exponente del iusnaturalismo. Para emitir su parecer le bastaba con aplicar una máxima: “Alejarse de la norma y acercarse a la naturaleza”, porque la ley de los hombres no es siempre justa, decía. Por eso, cuando la pasada primavera falleció, a la plaza del Molino la nombraron, en su honor, plaza del Doctor Jiménez. No por lo mucho que sabía de Derecho, sino por todas las heridas que había curado aplicando la ley natural.

 

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