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Ana Isabel Velasco Ortiz 

La declaración del gerente de la empresa fue irrefutable. No existía ningún precepto que otorgase al demandante períodos de descanso y, comprendí que de nada serviría argumentar todo lo aprendido en tantos años de formación como abogado laboralista. Era imposible razonar en contra de la ley, así que recurrí al manido truco de conmover la sensibilidad del juez.
_ Señoría, mi cliente es un trabajador como nosotros, cumple con su deber y reclama días de descanso ¡Es primavera y todos tenemos vacaciones! Rematé.
La sentencia fue que el obrero robot no era humano y, por ello, carecía de los derechos inherentes a esta condición. Para evitar futuras demandas, sería desconectado. Terminado el proceso, el juez me citó en su despacho. Dijo que, muy a su pesar, estaba obligado a dictar aquella sentencia y, a modo de confesión, me mostró el resorte que lo activaba. ¡Era un modelo de última generación!

 

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