Imagen de perfilPALABRAS AL VUELO

Javier Pérez-Manglano Santa Cruz 

El animal habló con voz ronca.

—¿Lo ve? —me dijo la nieta con voz dulce y una brillante sonrisa—. Está clarísimo, ¿no?

Miré el manchurrón de café con el que se había emborronado el nombre del legatario en el testamento. Mi primer ológrafo: escrito con una preciosa caligrafía, pero falto de una pieza clave, un nombre. La nieta insistió en que su abuela quería con locura a ese novio suyo que había conocido en el ambulatorio. Sus primos darían guerra, pero esa gran suma de dinero se la habría querido dejar a él y a nadie más.

Admiré el plumaje verde de la criatura, que asentía rítmicamente como para dar la razón a la nieta.

¿Por dónde empezar? Esto no lo enseñan en la carrera, pensé. Acreditar un legado con las palabras de un loro que solo repite frases de la difunta. Menos mal que me gustan los retos.

 

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