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Antinea Ravarotto 

No puedes ir. El coronavirus ha llegado allí, dicen. Al menos, llévate una mascarilla. No tengo tiempo de pensar en esas psicosis de barrio. Lo que cambiará para siempre mi currículum de abogado mediocre me espera en ese juzgado. Ganar esa causa será la vacuna a mis frustraciones. El jefe se fijará en el eterno becario, que dejó de serlo hace años. Mi sueldo me permitirá de poner freno a la propagación del moho en las paredes de mi piso. Y a mi padre se le caerá esa mirada de pena al pensar en su hijo «sin futuro persiguiendo una quimera». Mi corazón, como el tren en que viajo, corre desbocado hacia mi felicidad.
Madrid, Juzgados de Instrucción, 13 de marzo de 2020, 9.38. «Caballero, no puede acceder. Estamos en estado de alarma pandémica. Vuelva a su domicilio y respete el confinamiento. Todos los juicios quedan aplazados hasta nueva orden».

 

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