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Javier Sánchez Bernal 

Vigésimo tercer día de trabajo en confinamiento. La actividad judicial se paralizó para tratar de evitar riesgos de propagación del coronavirus, pero mi trabajo no ha cesado. Una de las ventajas de que mi despacho ocupe la estancia oriental de mi propia vivienda, es que puedo seguir atendiendo a mis defendidos. Porque sus casos, no pueden esperar.
Suena el teléfono. Al otro lado, una antigua amiga que desempeña su trabajo en un Centro de Internamiento para Extranjeros:
–Luis, la situación es insostenible –me relata, angustiada–. No solo no tenemos mascarillas ni equipos de protección. Pretenden que doblemos turnos, sin respetar nuestras jornadas de descanso. Los escasos internos que mantenemos no están mucho mejor. ¿Qué podemos hacer? ¿rezamos para que encuentren pronto una vacuna?
Sentí cómo se enjugaba las lágrimas. Inspiré hondo:
–Tranquila, María. Voy a redactar un escrito al director. Es el primer paso. No estáis solos.

 

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