Imagen de perfilAPOCALIPSIS SOCIAL

Rosalía Guerrero Jordán 

Cuando todo empezó nos obligaron al confinamiento y a llevar mascarilla para evitar la propagación del coronavirus.
La legislación se endureció y pronto me tocó recurrir las multas que mis clientes consideraban abusivas. Pero era una batalla perdida: no había ningún resquicio en la ley y, ante la duda y con las ciudades y los pueblos militarizados, se aplicaba la temida Ley Mordaza.
Después de varios años de curvas de contagios y ataúdes, viviendo en el temor ineludible al otro, finalmente se sintetizó la vacuna definitiva. Entonces pensé, torpe e inocentemente, que todas las normas estrictas que nos habían impuesto se irían relajando para volver a nuestra vida anterior, a las fiestas y a las reuniones familiares cuajadas de besos y abrazos.
Sin embargo, no fue así. El miedo, más contagioso que cualquier virus, se había instalado, tozudo y pegajoso, en la sociedad.

 

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