PROFESIONALIDAD

Benedicto Torres Caballer · Valencia 

Mientras amorraba la gaseosa observé desde mi despacho cómo un autocar vomitaba turistas agolpándose como paparazzi frente al hotel. Un erupto alivió mi delicado estómago lleno de gas y vacío de nutrientes debido a la escasez de clientela a la que sablear. Haber dejado la abogacía por la investigación privada no resultó como yo esperaba; si antes llevaba divorcios ahora los provocaba ganando menos, pero carecía de jefes imbéciles. Pensando tales diatribas recordé el pacto con Anika, mi joven casera: cuando estaba su marido yo desaparecía, y esa semana regresaba de Estocolmo. De pronto alguien llamó. “Pase”, dije. Entró un maromo bien trajeado que parecía conocerme, miró extrañado el banquillo donde sentaba a mi clientela (recuerdos del juzgado) y sentándose espetó: “Desde mi regreso de Suecia Anika está distante, creo que me engaña”. Acepté el caso, guardé un codiciado talón, tranquilizándolo le emití un recibo y pensé: no habrá divorcio.

 

 

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