Llamada

Lydia Romero Neila 

Y yo aquí, de procesión. Miro el móvil. Una, dos, mil veces. Mirada reprobatoria de mi acompañante. Tiene la sospecha de que si el teléfono sonase (vibrase) me esfumaría por una calle lateral, vacía, y me pondría a dirigir mi pequeño planeta de dos habitantes y un fax. A lo mejor media hora hablando, a lo peor, un taxi y al despacho. Debería apagar el móvil, fundir a negro la pantalla y dejar de ver, una y otra vez su foto con la estatua del pájaro en el centro del parque, que se vuelve a iluminar al enésimo toque de mis dedos. La Imagen, en el paso, comprende. Sabe que no puedo, porque hoy saldrá el fallo.

 

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