La Primera Vez

gabriel ortega morillo · Madrid 

Cuando finalmente abandonó la sala del Tribunal, la joven abogada apenas pudo reprimir una enorme sonrisa de satisfacción. Sentía deseos de gritar. No, aún no. Mejor esperar hasta quedar lejos de las miradas de sus colegas. Naturalidad. Elegancia. Caminó con paso firme hacia la salida. Sus conclusiones finales habían sido sencillamente brillantes. Era su primer caso. Su primera victoria. Afuera llovía. Casi diluviaba. Abrió decidida su paraguas: no quería acabar calada como una sardina. Todos lo daban por perdido. Incluso ella dudó al comenzar el interrogatorio. Aquella Proposión de Prueba solicitando tomar declaración al joven monaguillo había sido realmente ingeniosa; la clave del caso. Notaba cómo todos la observaban. Incluso parecía que el fiscal le hiciera señas desde lejos: aún no debía salir de su asombro. “Disculpe, señorita”, dijo el ujier cerrándole el paso, “Olvida usted quitarse la toga. Y por favor… cierre el paraguas hasta haber salido del Juzgado”.

 

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