El delator

Beatriz Lorenzo López · Madrid 

Había sido un hombre fornido pero tras la guerra regresó convertido en un espantapájaros de piel translúcida y huesos tan frágiles como las raspas de una sardina. Auschwitz se lo había quitado todo excepto una placa raída que se apresuró a colgar en su puerta: «David Stein, abogado». Yo era un muchacho desgarbado y mi asombro fue mayúsculo cuando me ofreció trabajo como chico de los recados. Junto a Stein presencié maravillas: que un buen interrogatorio puede desbaratar cualquier coartada o que incluso el más beato de los monaguillos tiene siempre algo que ocultar. Nunca hablábamos de la guerra, pero una mañana me juró que no descansaría hasta llevar ante un tribunal al hombre que había delatado a su familia. Lo consiguió; y ese día mi infancia llegó a su fin cuando vi a mi padre marchar aterrorizado y tieso como un paraguas, escoltado por los guardias.

 

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