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Manuel González Casaus 

No logro conciliar el sueño desde el día en que conocí a mi último cliente. En el turno de oficio me asignaron la defensa de una mujer acusada de asesinato en grado de tentativa. La presunta víctima era el hombre que, con engaños y falsas promesas, la arrastró hasta nuestro país siendo todavía menor de edad. Apenas hablaba español, pero su triste mirada violeta fue suficiente para derribar la brecha que nos separaba. Pude ver con detalle las dolorosas cicatrices de su cuerpo, y sobre todo de su alma, que tantos años de sufrimiento, abusos y palizas habían grabado. Mi estrategia en su defensa está clara, pero desgraciadamente no soy capaz de encontrar el remedio para recomponer los jirones desgarrados de su vida destrozada. Se podría legislar con mayor dureza, pero nunca será suficiente para acabar con estos delitos de trata de seres humanos.

 

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