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Mikel Aboitiz 

La bomba estalló en la calle General Urbano, en el bufete de los Hermanos Enríquez. No hubo víctimas mortales. Al construir la vivienda se recurrió a materiales resilientes, capaces de enfrentar artefactos detonados por Paquita Valsinvales, clienta de siempre de los Enríquez, abogados matrimonialistas. No se trató de un atentado, sino de un anuncio: deseaba divorciarse de su tercer marido. Las agujas de los tacones de Paquita acribillaban la moqueta del despacho, en su imparable trajín, mientras desgranaba a gritos innumerables afrentas conyugales, sin parar de sonarse en pañuelos de papel. Los abogados realizaron un buen trabajo, el becario también (llenó la papelera) y todo marchó a pedir de boca con pingües beneficios. Dos navidades después la prensa rosa anunció el inminente enlace nupcial de la Valsinvales. Los Enríquez, expertos en matrimonios y explosivos, se felicitaron entre miradas cómplices, no en vano, sabían más que nadie de bombas de relojería.

 

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