Imagen de perfilDulces ciruelas rojas

Agustín Lozano Vicente 

«Yo solo quiero seguir cuidando de mis gallinas y mis ciruelos», le dijo el anciano al abogado. La finca con el pequeño huerto y el corral eran toda su vida, corroboró Sara, su única hija. El Plan General de Ordenación Urbana había proyectado construir sobre el terreno de su propiedad una amplia avenida y decenas de viviendas unifamiliares. «Utilizamos materiales de primera calidad», rezaba la publicidad de la empresa constructora. El abogado, que llevaba años luchando por un turno de oficio especializado en derecho ambiental, decidió asumir el caso, conmovido por la serena dignidad de aquel rostro ajado, de manos encallecidas y corazón resiliente después del fallecimiento de su esposa.
Transcurrieron largos años de litigios, el anciano falleció y hubo que sacrificar a las gallinas, pero cada año, cuando el fruto madura, Sara nunca se olvida de enviar al abogado una cesta de dulces ciruelas rojas.

 

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