DE ÁNGELES Y DEMONIOS
LOLA SANABRIA GARCÍANo he conocido a nadie más resiliente que tú, con excepción de Lucía. Siempre ponías el cuerpo para evitar un desahucio. Defendías un derecho constitucional aunque no supieras de leyes. Pan y techo, niña, pan y techo. Fuiste mi faro para elegir profesión y ponerla al servicio de los desposeídos por la avaricia. Pero hoy me siento derrotada. Construir una vivienda con material urbano: trozos de madera, bancos rotos, donde guarecerse de la lluvia y los amaneceres de hielo en esta ciudad deshumanizada, fue la prioridad de Lucía. Cualquier cosa le valía. Todo provisional hasta que yo consiguiera ganar el juicio contra el fondo buitre que la dejó en la calle con sus hijos. Anoche unos desalmados prendieron fuego a la chabola que ardió, con ellos dentro. Atrancaron la puerta por fuera. Una tea siniestra iluminando un cielo negro como hollín. Ahora los tienes de vecinos. Cuídalos bien, abuela.
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Una historia sobrecogedora que refleja lo mejor y lo peor como bien apunta el título de tu micro. Enhorabuena. Mi voto y un abrazo.
Muchísimas gracias.
Par de abrazos.
El derecho a la vivienda, tan lógica y claramente dispuesto como fundamental en la Carta Magna, y tan lejos de ese planteamiento en la práctica. Especulación, precios inasequibles y un rosario de realidades lacerantes atraviesan a quien carece de recursos. Ante situaciones tan extremas y sangrantes muchos no salen de la indiferencia, aposentados en su cómoda parcela; otros sí, toman partido de la forma más humana posible, como la abuela Lucía o su nieta abogada; luego están los otros, que haberlos «haylos» y no merecen ni que se les mencione.
Un relato bien sintetizado en el título, que transcurre en una dicotomía pasada, presente y con visos de no cambiar demasiado.
Un abrazo y suerte, Lola
Buen análisis de una realidad que golpea a los más débiles con dureza.
Abrazos agradecidos.
Excelente relato, Lola. Por desgracia, el mundo sigue habitado por ángeles y demonios.
Te deseo mucha suerte y te dejo mi voto.
Besos apretados.
Gracias, Pilar.
Un puñado de besos.
Tus historias no son nunca provisionales, Lola.
Me quito el sombrero.
Mil gracias.
Un abrazo inmenso.