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Arantxa Torralba Moreno 

A sus 87 años aún poseía una mirada entrañablemente joven y voraz, capaz de escudriñar cada detalle. El bastón y las sienes pobladas de remolonas canas eran la evidencia de que la vejez ganaba la batalla, sin embargo, su incansable mente aún conservaba aquella mecánica costumbre y revisaba a diario esa baldía agenda infinita, antes labrada de renglones alertando de plazos por vencer. Ya era inútil cualquier previsión para evitar el borroso y único señalamiento; la «parca» había aceptado la suspensión en una ocasión, o quizás dos (extrañamente, su memoria se había encargado de aniquilar la claridad de esos malos recuerdos). Aunque le asustaba, ya vislumbraba el último plazo por cumplir y tristemente, en esta ocasión, por más empeño que pusiese en el procedimiento «de su vida», de nada serviría solicitar el indulto.

 

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