Un ladrón afortunado

Carlos Alberto López Martínez · Gijón 

En las películas, los abogados del turno de oficio nunca son buenos. Realmente, no siempre son malos: Una vez, le quité la cartera a un chaval. Dentro, llevaba un boleto de la Primitiva. Estuve a punto de tirarlo al verlo-¡Menudo negocio!, pensaba- pero lo guardé, por si acaso. Por desgracia, la policía me detuvo. Cuando el juez de instrucción me informó de la acusación de hurto grave por valor de 40 millones de euros, mi calma se volvió cirio. Podían caerme cinco años. Pero el abogado que me asignaron argumentó bien: nadie hurta el boleto del Gordo y no lo cobra; su defendido creía que se llevaba algo sin valor, por lo tanto, no era culpable. Resultado: ¡Sobreseimiento libre! Yo encontré un abogado de oficio diligente. Al que no encuentran por ningún lado es al secretario que custodiaba las pruebas en mi contra, entre ellas, el boleto, que tampoco aparece.

 

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