Do ut des

Nieves Azcárate Aguilar-Amat · Madrid 

Todo parecía contra mí: la declaración del sacristán, que me vio huir con el lienzo enrollado bajo el brazo, tras haber descolgado el cuadro de la pared con gran oficio; el boleto de la tintorería con mi nombre, que se me cayó en plena faena; y la posible animadversión de la juez, si es que me reconocía y recordaba que me negué a acceder a sus ímpetus sexuales cuando éramos jóvenes. Por eso, cuando llegó mi turno, no dije nada a mi favor. Contra todo pronóstico su señoría me declaró inocente. Así que fui al santuario de La Virgen para encender un cirio en agradecimiento. Sorpresa: sobre el altar de la ermita solitaria me esperaba la juez, como una diosa, desprovista de toga y de cualquier otra vestimenta. «Hola, Mario. Tenemos una negocio pendiente desde el Instituto y es hora de concluirlo. Do ut des».

 

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