Imagen de perfilLECCIONES DE URBANIDAD PARA MELITÓN AMABLE

David Villar Cembellín 

Melitón Amable nació malhumorado, en su bloque aún se recuerdan sus legendarias llantinas cuando era bebé. Y no tenía sueño, ni cólicos, ni hambre, sencillamente Melitón era así. Atrabilario desde la cuna. Conforme a su crecimiento, su carácter no mejoró. Hacía pucheros si no le gustaba la sopa, montaba guerras campales si tocaba baño. Su mal genio consistía su recurso primero; todo le venía mal, por todo protestaba. Fue más tarde, ya en la escuela, cuando aprendería a expresar con vehemencia su disconformidad. Melitón conseguiría proteger su esencia y ser preciso en sus desaprobaciones. Tanto logró pulir su descontento que en la universidad se decantó por Derecho. Ahí supo ocluir su suministro de bilis y colegiarse abogado, sus tremendos berrinches recuerdos del pasado. Pero todavía un escalofrío de placer recorre su espalda cada vez que se dirige al estrado, hincha el alma de los pulmones y grita: «¡Protesto! ¡Protesto! ¡Protesto!».

 

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