Imagen de perfilDerecho de familia

María Carmen Caamaño López 

La madre se abanicaba con fervor al otro lado de mi escritorio y la hija imitaba su gesto altanero mientras yo trataba en vano de apaciguarlas.
—¿Realmente quiere demandar a una niña? Ese debería ser el último recurso.
—¡No me venga con esas! —gritó enfurecida—. Le pago para proteger nuestros intereses. Esa muerta de hambre nos ha hecho mucho daño y temo que esto que pueda afectar al crecimiento de mi pequeña.
La niña asentía con cada afirmación de la madre, quien siguió con su irrefrenable suministro de acusaciones.
—Primero fue la peonza que le hizo el abuelo. No vea lo que nos costó encontrar un carpintero que fabricara una exactamente igual para nuestra hija. Después vinieron aquellas galletas caseras para el recreo. Nuestros cocineros tardaron semanas en dar con la receta. Pero ahora, esto es el colmo, resulta que tiene un amigo. ¡Un amigo! ¿Se lo puede creer?

 

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