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Wibo Sefeld 

Mi padre controlaba mi crecimiento mediante unas marcas de grafito sobre la pared de la casa. Cuando se cortaba por enésima vez el suministro eléctrico, acercaba la lámpara de aceite para señalar mi altura que durante las épocas de hambre y miseria, solo se elevaba poquito a poco. Comenzó como abogado del pueblo, oficio que ejercía con vocación genuina aunque mal remunerado. Sin duda su fuerte era la retórica, un recurso literario que aún hoy conserva. Gracias a ello ganaba muchos juicios, lo cual no pasó desapercibido en la gran ciudad. Empezó a tener cierta fama aunque nunca olvidó sus orígenes humildes. De hecho, años más tarde volvió al pueblo para defender y proteger a los más necesitados. En casa aún se conserva el código de barras en la pared y cada vez que mi padre lo ve, me explica con lujo de detalles los altibajos de su vida.

 

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