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ANTONIO PONS GARRIGA 

Se colocó la corbata. Se puso la toga. Se dispuso a dar un último vistazo al caso, un tema de una comunidad. Era un pleito que no se había querido conciliar. El presidente se había investido de legitimación, sin acreditar acuerdo de la Junta.
En la ventana, el viento hacía temblar la persiana, mitigado por el ronroneo de la lavadora. Había montones de pantalones, camisas, sábanas… que esperaban a ser plegados o planchados.
En ese momento, entró un cliente, haciendo sonar el timbre sordo. Rápidamente, se despojó de la toga y acudió.
– Buenas tardes. Vengo a por mi traje. ¿Está listo?
– Sí, sí, claro. Un momento, por favor.
Se fue a la trastienda, desapareciendo tras las lavadoras y las secadoras. Preparó en una bolsa transparente el traje del joven Abogado. Soñó que algún día podía ser como él… a pesar de tener solo sesenta y siete años.

 

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