Imagen de perfilALUMBRANDO EXPECTATIVAS

Eva María Cardona Guasch 

Mi hijo nació en año bisiesto, año olímpico. Será por eso que aprende rápido, es alto y presume de fuerza. Por las tardes me espera en el despacho. Allí me doy cuenta de cómo crece. Antes parloteaba o jugaba a las damas con la secretaria. Ahora hace sus deberes mientras yo atiendo a mis clientes en sus tribulaciones sobre administraciones desleales, fiadores solidarios, deudas imposibles y socios estafados. También escribe relatos en su cuaderno cuadrado y verde, su color favorito. Leí el último. Explicaba quiénes son las emociones, unas peculiares y a veces traviesas criaturas, según él. A cada una le dio un nombre propio: al amor, Corazón; al miedo, Temblor; a la alegría, Sonrisa. Y Abogada a la esperanza. “¿Por qué?”, pregunté. “Tus clientes entran preocupados a tu despacho. No sé si arreglas sus problemas pero cuando salen están convencidos de que lo harás”.

 

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