Su eminencia

Francisco Fernández Núñez · Torrelavega (Cantabria) 

Anochecía en Roma. El viejo cardenal miró por el amplio ventanal y suspiró contemplando la lluvia saltar en la encharcada piazza. El mundo seguía y él se moría, lentamente, melancólicamente, saboreando como un gourmet recuerdos de su juventud. Recordó su ciudad natal, su época universitaria, su primera toga, el bullicio de los juzgados… Fue abogado. Hubo un tiempo en que pensó fundar una familia, tener niños, pero no encontró una mujer que le quisiera como solía decir con sorna. Después llegó la crisis de los cuarenta, su entrada al seminario, su fulgurante ascenso en la curia local, su traslado al Vaticano ¡Qué lejos quedaba todo aquello! De repente, una lágrima descendió correteando por el cristal y su Eminencia lloró. Presidía el Supremo Tribunal de la Signatura Apostólica y administraba justicia divina sin apelación, pero añoraba las pasiones y los dramas de sus primeros pleitos. Afuera, no paraba de llover.

 

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