Las musarañas

Isidro Catela Marcos · Madrid 

Lo que vamos a contar es mentira: nosotras ya anhelábamos una vida más alta, quizás hociquear otro alimento, cuando asomó la crisis del campo. Primero, huyeron los niños; luego, las lombrices y los caracoles. Más tarde, el frío nos arropó eternamente, como una sábana de piedra. Así que, presas de la hambruna, emigramos a la ciudad. Una vez allí, invadimos los muros de la Universidad. Hasta que apareció él y le seguimos. Era un gourmet del pensamiento que llegaba, como ido, del juzgado e impartía, como nadie, Filosofía del Derecho. Ora hablaba de evidencias invisibles, ora deslumbraba con axiología jurídica. Delicioso. No cabía apelación ante sus sentencias definitivas. Todavía recordamos con qué sutileza, en medio de una disertación sobre el relativismo, reprendió a aquel muchacho que flotaba en la última fila de la clase, tal vez enamorado. “Estaba usted pensando en ellas, ¿verdad?”.

 

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