Justicia natural

Clara Sánchez Urbano · San Sebastián de los Reyes, Madrid 

El titular de aquel juzgado sabía que el fin del mundo no estaba tan lejos. El iba cada mañana a hacer allí su trabajo. La amalgama de asuntos, las ratas jugando a las cuatro esquinas en la sala de vistas y las crisis que sufría su ordenador, terminaron carcomiendo su ilusión. Pero todo cambió cuando apareció Gourmet. Así fue como apodaron los funcionarios al que terminó salvándoles en parte de la hecatombe; por muy gato que fuera se merecía un nombre. Ante el asombro del magistrado, el felino se colaba en la corte y repartía justicia entre los roedores. Entonces todos dejaron de utilizar las sillas como salvavidas y acomodando sus posaderas retomaron la tramitación de los recursos de apelación. Tras cada faena, le vitoreaban como niños. Fue una pena que no supiera administrar justicia entre los hombres o arreglar ordenadores. Ahora les tocaba a ellos hacer el resto.

 

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