Final

Alejandro Espiago Orús · Zaragoza 

Respiró hondo y abrió la puerta. Apenas entraba el sol y el suelo crujía a cada paso como un graznido. “No sé qué tengo que hacer”, dijo. El hombre de barba blanca dejó la pizza a un lado. -No se preocupe. ¿Es usted abogado? Siempre llega alguno. Siéntese y si quiere acompañarme… Bueno -sonrió- espero que no sea un gourmet demasiado exigente. El abogado siguió de pie, inmóvil, mientras su interlocutor consultaba una hoja manchada de grasa. -¿Qué ha sido? ¿Crisis cardíaca… ? -Sí -acertó a responder- Eso creo. -Bien, dígame: ¿qué le ha parecido? -¿El qué? -La vida, la vida en general. -¿La vida… ? -Me temo que la suya ha terminado, pero tranquilícese. Ahora va a ser juzgado y aquí no hay apelación posible… ¿Qué tal le ha ido? El abogado miró las rendijas de la persiana buscando el sol. -Verá… No lo sé. Aún me siento como un niño.

 

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