Evidencias

Ignacio Hormigo de la Puerta 

El intento de hacer que el asesinato pareciera un suicidio fue una auténtica chapuza. Nada más comenzar el juicio el fiscal llamó a declarar a un perito grafólogo, éste demostró sin dificultad que la letra de la nota de suicidio no era de la defenestrada víctima sino de su marido, un comerciante de verduras y ocasional gigoló de barrio que, a base de venderle tomates y acelgas, había conseguido seducir a su clienta hasta llevarla al altar. También señaló la improbabilidad de que una licenciada en clásicas, autora de novelas históricas de éxito mundial, hubiera escrito lindezas como “depreción”, “emosión” y “acavar”. La puntilla al caso se la dio el beso estampado al final de la carta; un par de gruesas sanguijuelas color fucsia chillón parecían arrastrarse sobre el papel, unos animalillos sospechosamente parecidos a los siliconados labios de la misteriosa rubia sentada en la segunda fila de la sala.

 

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