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Ana María Abad García 

Antes de comenzar la negociación salarial, le pregunté a la Inteligencia Artificial por qué debería contratarla en mi bufete. “Soy más eficiente que tú”, me dijo con su voz casi exenta ya de rastros metálicos, “y puedo ganar todos los juicios que tienes pendientes”. Mi espíritu de abogado con renombrada experiencia se sintió herido y con malos modos le indiqué que prefería prescindir de sus servicios. Pocos meses después, una nueva ley establecía la igualdad de derechos de humanos e IAs, y para finales de año ellas se habían hecho con el control casi absoluto de la sociedad. Hoy, por fin, he terminado de reunir las pruebas que necesitaba para instruir un caso y lograr que las desconecten a todas.
Esa noche, fue portada en las noticias el atropello mortal de un abogado a las puertas del juzgado. El vehículo, sin conductor, se dio a la fuga.

 

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