Imagen de perfilLA SENTENCIA

Yolanda Nava Miguélez 

Se había hecho popular por sus excéntricas sentencias. Nadie había olvidado la pena que impuso a unos pandilleros, de limpiar cuantas pintadas afeaban el patrimonio de la ciudad. O la que llevó a un estafador de guante blanco a colaborar con las tareas sociales de su parroquia, intentado erradicar la pobreza. Tampoco pasó desapercibida aquella que le asignó a un pirómano, ahora acérrimo defensor de la naturaleza y activista contra el calentamiento global. Esta vez no le costó mucho pronunciar su veredicto. Condenó al acusado a empezar de nuevo. Debería retrotraerse diez años atrás en su vida, comportarse otra vez como si tuviese veinte años y continuar los estudios que dejó en ese momento. Sabía que no sería fácil. Pasaría noches en vela frente a gruesos tomos llenos de leyes que tendría que memorizar, pero era una buena oportunidad para enmendarse, sabía que era posible. Él lo había logrado.

 

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