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José María Rodríguez Gutiérrez 

“Este es el año cero de tu nueva vida”, se dijo el abogado acomodándose los canosos cabellos ante la pantalla apagada del ordenador, en la que un rostro marchito y desencantado le devolvía la mirada sin una sonrisa. “Al fin y al cabo, este era el plan, ¿no? Colgar la toga para alcanzar la seguridad que acabase con la ansiedad, los remordimientos y las minutas impagadas. ¿Por qué entonces esta sensación de vacío, esta congoja que me ahoga, recordándome constantemente mi insignificancia?”. El ex letrado se enfundó su nuevo uniforme y cargó con aquellos instrumentos laborales con los que aún no estaba familiarizado. Sus pies, otrora enérgicos y dispuestos, se arrastraban ahora lánguida y perezosamente. Atrás, no tanto en el tiempo como en certeza e imposibilidad, quedaban ya demandas, recursos, vencimientos, juicios… Lenta, temerosamente, giró el picaporte y abrió a puerta. “¿Se puede, Señoría? Vengo a limpiar su despacho”.

 

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