Pido clemencia

Víctor Salgado Ferreiro · Madrid 

¡Soy inocente, yo no he sido! –clamó Miguelito gimoteando bajo el dedo acusador de su mamá. El dulce de calabaza que impregnaba la comisura de sus labios echaba por tierra su desquiciante recurso al llanto. ¡La tarta ya estaba empezada cuando la he pellizcado! –insistía el mozalbete a pesar de haber sido pillado in fraganti. ¡Estás castigado! –sentenció la madre con ese gesto de severidad que tan convincente resultaba en sus alegatos como fiscal. ¡Protesto Señoría! –gritó el mocoso buscando amparo en su padre, quien, en ese momento, doblaba ceremoniosamente una toga recién planchada. El papá, dejando a un lado su condición de honorable Juez de la Audiencia, y tratando de tender un puente entre las partes en litigio, confesó resignado mientras sacudía algunas migas de su pechera: El hambre me ha nublado la mente, este régimen me está matando; humildemente, pido clemencia.

 

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