Esopo tenía razón

Antonio Martín · Málaga 

Un calcetín en la boca para que no gritase. Eso, y el sonido de la lluvia, bastaba para que estuviese con ella a solas y se tomase su tiempo. La víctima número 13. La policía no tenía indicio alguno. La seguridad y destreza que había adquirido en el arte de matar la hizo más confiada, superior al resto. Llevaba meses cazando y nadie podía pararla, o eso creía. Se volvió descuidada y la policía fue cerrando el cerco. La número trece sería su última víctima. En la vista no hubo ni alegato final, todo estaba claro. ¿Cómo la habían atrapado? Ella era más lista que todos ellos juntos, mejor. Entonces se acordó de Esopo y su tortuga y sonrío. Eso no lo había visto venir…

 

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