Imagen de perfilECLIPSE DE SOL

Ruth González Poncela 

Nada bajo el sol sucede por casualidad. Lo sé bien porque soy gafe de nacimiento.

Todavía recuerdo el día que mi cuñado, el abogado, se empeñó en llevarme el tema de los gastos hipotecarios. Era su cuarto aniversario como jurista y todavía no había ganado un solo caso. ¡La madre que le parió! Esta vez estaba tan seguro del triunfo, que me dejé convencer. Ya me veía en isla Waikiki tomando el sol cuando el banco me reembolsase el dineral correspondiente.

Meses después, el juzgado emitió veredicto contra mí, condenándome al pago de costas. ¿Pero quién es el cenizo? ¿Mi cuñado o yo? Hubiera sido menos humillante el sobreseimiento.

Pensé acusar al leguleyo ante el Colegio de Abogados pero preferí venganza más sutil. Le seguí de incógnito a su lugar de vacaciones. Cada día me disfrazaba de panel chivato y me plantaba delante de su toalla para eclipsarle el sol.

 

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