SECUELAS
Margarita del BrezoYa no sabían ni a quién proteger. El crecimiento de los ingresos un día tras otro había acabado con todos los recursos del hospital. El suministro de medicamentos hacía mucho tiempo que se había suspendido. Los enfermos se agolpaban en los pasillos y los muertos, en despachos, laboratorios y salas de espera después de que en los sótanos y aparcamientos no cupiera ni un alma más. Y cuando pensábamos que lo habíamos visto todo, llegó el hambre bien pertrechada de miseria y frustración y se coló en nuestros hogares sin encontrar la más mínima resistencia. La gente clamaba justicia, pero los abogados estaban exhaustos y no daban abasto. Las demandas se amontonaban unas sobre otras enardecidas, impacientes, coléricas. Estábamos todos tan ocupados con nuestros problemas, con nuestras cuitas, que nadie se dio cuenta de que apenas quedaban árboles para hacer ataúdes.
+18
Queremos saber tu opinión
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.
Mucho se ha hablado de la lentitud de la Justicia, expedientes acumulados sin que el sistema pueda asimilar con la celeridad debida darles cumplimiento. Si a todo eso se une una situación casi apocalíptica, la demanda de aplicación de las leyes, que se suponen hechas para ayudar a la gente, también se multiplica, como también los ataúdes, en detrimento de los sufridos árboles. Las desgracias nunca vienen solas. Necesitaríamos poner la atención de forma permanente en múltiples detalles, pero no somos capaces, preferimos enardecernos, impacientarnos, encolerizarnos y vivir en el reino de las cuitas, como bien describes.
Es difícil no sacar algún paralelismo entre estos sobrepasados abogados en una situación distópica, y el trabajo de los sanitarios desde hace un año. Un relato que evidencia que todo tiene secuelas y consecuencias, además del hecho de que gastamos demasiadas energías de forma estéril.
Un abrazo y suerte, Margarita
Es complicado contestarte, Ángel, al menos todo lo bien que mereces.
Tus análisis son exhaustivos, detallados y aportan un plus a la historia.
Esta situación distópica, como la llamas, está empezando a echar raíces porque dura ya mucho tiempo y sus consecuencias no van a ser (ni son) tan normales como queríamos creer. Fatiga mental, sí. Y agotamiento físico también. Y hartura. Y penurias económicas que no mejoran. Y ausencias en casa, en muchas casas. Y enfado. Y rabia. Y una tristeza que cuesta digerir. Otra forma de trabajar (el que puede), de estudiar, de relacionarse. En suma, y nunca mejor dicho, que o sumamos esfuerzos o no va a quedar nadie que escriba esta historia.
Un abrazo y mil gracias.
Un futuro nada distópico, en mi opinión, Margarita. Estamos tan centrados con el advenimiento de la vacuna que no pensamos en los diferentes tsunamis que vendrán después, llevándose consigo a muchísima gente. Eso sí, desde que yo recuerdo, las demandas se amontonan unas sobre otras sin que nadie haya sido capaz de agilizar la justicia. Un relato muy duro, pero brillantemente escrito.
Por cierto, si se acaban los árboles, a mí me valen las piedras, una pirámide modesta estaría bien…
Un abrazo
El futuro ya ha llegado, pero ni nos hemos dado cuenta porque estamos mirando para atrás. Que esto pinta mal, (y pinta mal), pues le damos una capita de barniz para que brille y listo.
En fin, tú no te preocupes que piedras yo creo que habrá; el problema va a ser si quedará alguien para hacerte la pirámide (no me hagas mucho caso que hoy llueve «again») ;-)
Gracias por charlar un ratito conmigo, Nicolás.
Un abrazo
Y tampoco nadie se dio cuenta de que los escasos árboles ya solo se destinaban a hacer ataúdes…
Realmente desolador cuanto cuentas, Margarita. Un símbolo de vida -el árbol- ya solo sirve para acoger cadáveres. Pero una vez talado, muerto. Los árboles muertos, los árboles caídos, solo sirven para hacer leña, no ataúdes. Y por otra parte, apenas quedan árboles vivos que talar.
En ocasiones, la escritora deviene profeta: denuncia, advierte, alarma sobre las previsibles secuelas.
Texto duro, Margarita, pero sumamente evocador.
Mucha, y buena, suerte.
Un abrazo.
Me alegra ese análisis que has hecho de árboles vivos que deben morir para acoger a los muertos porque la cosa está que arde y quién necesita ahora leña con este fuego. (El toque de locura lo añado yo).
Por ahí iban los tiros cuando lo escribí, o dicho de otro modo, esa era la imagen que tenía en mi cabeza.
Antes de extinguirnos, o casi, nos comeremos la fauna y la flora. Y de este ecosistema que habitamos solo quedará el eco, que contará con su voz grave la historia que un día fue a quien pueda escucharla.
Muchas gracias por tu siempre agradable visita, Manuel.
Un abrazo
P.D. Espero no ser profeta ni siquiera en mi tierra.
Brezo, de tus mejores micros. Me ha gustado mucho. Suerte!
Pues mira, ya es algo (y no es poco).
¡Gracias, Manuel!
Margarita, un escenario dantesco, estremecedor, rayando una realidad creíble.
Además, con un desenlace tristemente simbólico y poético, que llega al lector como una premonición, una advertencia, un aviso para no caer en la desolación final: la pérdida del propio planeta. Porque sin árboles, ni los supervivientes de tal pandemia, tendrían futuro en la Tierra.
Un abrazo grande y mi voto.
Como siempre, un placer leerte, Margarita.
Tienes razón, Amparo, creo que pocas veces hemos estado tan cerca de que la ficción se haga realidad, (¡cuántas películas y novelas!), aunque espero que los árboles den la voz de alarma moviendo sus ramas desenfrenadamente para llamar nuestra atención.
Como le he dicho antes a Manuel, espero que este texto no tenga nada de premonitorio, ahora que el miedo en el cuerpo ya lo tengo, eh.
Muchas gracias por tu comentario. Y por tu generosidad.
Un abrazo.
Relato duro y crudo como la realidad que nos toca vivir… la referencia a los árboles es la guinda a ese «pastel» que más parece una bomba de relojería… espero que ese augurio con final casi apocalíptico no llegue… te enviaré a mi abogadandroide Esperanza a echar un cable, je, jeee…
Suerte para tu relato, Margarita.
Te mando mi voto y un abrazo!
Marta
Me ha salido un poco amargo el pastel, y que lo mío no sea la cocina creo que no es el motivo. Así que dile a Esperanza que tenga todos los cables preparados y en perfecto estado de funcionamiento porque la vamos a necesitar más pronto que tarde.
Por cierto, simpatiquísima tu abogadandroide ;-)
Gracias por tu comentario, Marta.
Un abrazo
No por triste deja de ser menos real. Y muy, muy bien narrado, Margarita.
Eso es lo triste, que sea real. Aunque quiero pensar que esta visión tan gris oscura que me ha salido sea tan solo producto de la famosa fatiga mental de la que tanto se habla (y se sufre) y al final haya árboles ¡y sombra! para todos los que salgamos de excursión.
Gracias por comentar, María.
Abogados agobiados y demandas amontonadas…eso ya ha llegado. Un mundo sin árboles… Seguro que lo conseguimos. No he visto más papel en los juzgados que desde que se instauró Lexnet y la consigna del papel cero. Un relato crudo pero escrito con brillantez. Enhorabuena amiga.
Yo también estoy segura de que somos capaces de conseguir lo que nos propongamos (a veces sin tener en cuenta los efectos colaterales, pero bueno, esos no cuentan, o no salen en el cuento al menos).
Y ya que no parece que los montones de demandas sea algo que vaya a disminuir a corto plazo, podríamos centrarnos en los árboles de momento y luego ya pensamos en desagobiarnos. ¿Te hace una buena comida alrededor del fuego con un caldito para abrir boca?
Un abrazo, Amigo
Terrible el tema del micro, pero muy real.
Enhorabuena, Margarita. Mucha suerte y mi voto.
Besos apretados.
Ay, qué ganas de escribir el final de esta historia.
Gracias por comentar, Pilar.
Un beso
Muy bueno, felicidades.
Muchas gracias, Carolina.