Mar cruzó la puerta trasera del patio y saltó la alambrada hacia la calle. Las clases de historia de la profesora Verián eran un infierno del que debía huir.
Enfiló la recta hacia casa pasando junto al viejo campo de fútbol. Para cuando su padre -un abogado que trabajaba por la zona- saliera a tomar el café de las doce, ella ya se habría refugiado en casa, donde nadie podría verla.
En la tele, todos los canales hablaban de Siria. Un reportero entrevistaba a un hombre que huía con su hijo. Sus amigos y la escuela era lo que el pequeño decía echar más de menos. Por las noches, su padre le entretenía contándole historias del antiguo Imperio Persa y del Imperio Otomano, hasta que se dormía.
Y Mar, se sintió irremediablemente mal. ‘Quizás las clases de historia no sean tan malas’, pensó. ‘Aunque sean las de la profesora Verián’.