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Irene Brezmes Diez 

Una mañana entré a mi despacho y encontré mi trabajo lleno de tachones y anotaciones en los márgenes. Pregunté a mis compañeros quién había sido; todos lo negaron.
Tras examinarlo con recelo, tuve que admitir que planteaban una estrategia mucho más eficaz, así que decidí seguir cada recomendación. Ganamos la causa -importante, por cierto-, brindamos, todos me encumbraron.

El suceso se repitió al mes siguiente, así que decidí instalar una cámara en el acceso para descubrir a mi corrector. Paz era una indigente de la zona a la que conocía, estudiaba libros de derecho por entretenimiento y no tenía dónde dormir. Vi cómo tachoneaba mis estrategias tumbada sobre la alfombra, hasta que le entraba el sueño.

Agradecido, le dejé un sobre con dinero y una nota: – Para facilitar tu vida.

Esta mañana he encontrado su respuesta: – ¿A esto llamas minutas, inútil?
Acompañado de una demanda por explotación laboral.

 

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