¡Ay mi madre!
Alberto Crespo Iniesta · MadridLa sala de pleitos: una piedra caliza de dimensiones descomunales. Sobre ella, los demandantes enfrascados en una reyerta, que por su carácter estático más bien parecía la maqueta de una lucha entre gladiadores en la arena del circo romano. Todo aquello había empezado por un supuesto robo de trigo momentos atrás. El informe que tendría que redactar incluiría todos los pormenores del caso para que este tipo de incidentes, tan habituales estos días, se solucionaran rápidamente. – ¡Vamos, a trabajar! Había recreado cómo sería un juicio entre hormigas mientras las observaba luchando por un grano de trigo. Aquel era mi modo de abstraerme del trabajo en los campos castellano-manchegos, pues desde que me echaron del bufete, no me había quedado más remedio que buscar empleo como jornalero. Aquella era mi condena. Si es que ya lo decía mi madre: ¡lo mejor era prepararse una oposición!