El árbol caído

José Manuel Sánchez Sánchez · Llanes (Asturias) 

AL comparecer ante el juez, cambió de opinión y se enteró, al fin, de que había cometido un grave delito. De repente, ya no estaba en la cresta de la ola del ladrillo, y de nada le sirvió ante Su Señoría ponerse a llorar como un chiquillo, contando su difícil infancia y las peripecias de su vida. Aquellos años de vino y rosas se habían acabado súbitamente. Sus amistades se esfumaron como la niebla con el sol del mediodía. Se estableció una altísima fianza, proporcional a lo que mi cliente se había llevado. Ya no estaba conmigo tan altivo; ya no decía, arrogantemente, que yo no tenía huevos, como él, para levantar un imperio de la nada, ni que los abogados no merecíamos ni la mitad de lo que cobrábamos. Seguí defendiéndole, porque nunca es menester hacer astillas del árbol caído, y no es mi estilo.

 

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