Borrando huellas
Carmen Agusti Grediaga · BarcelonaAquello olía siempre a rancio. Las montañas de polvorientos expedientes se apilaban de tal forma que podrían licitar en un concurso para torres de Pisa, y más que un bufete penalista parecía un muestrario de antigüedades. Nervioso, eché el cuerpo hacia atrás, apoyándome en los talones, para comprobar de reojo a la recepcionista. Guardándome de que no levantara la cabeza, me puse a escudriñar disimuladamente el suelo. – Señor Gómez, ¿viene a pagarnos la minuta?– saludó mi abogado. – Así es- contesté sin apartar la vista de las baldosas. – Ha venido a buena hora, antes de que lleguen los agentes. Ayer entraron a robar dinero de la caja, pero por suerte no fue mucho. Em… de lo suyo… si lo necesita podemos resolverlo a plazos. – No, tranquilo, pero muchas gracias- le contesté eufórico. En un rincón de la habitación brillaba algo: ¡había encontrado el botón de mi chaqueta!