¡Arriba, campeón!
Rocío Reina Alcalde · MadridEsta vez lo conseguiría. Mientras repasaba por última vez lo que había escrito dejé la mirada perdida y asaltó mi memoria el recuerdo de mi abuelo en mi sexto cumpleaños y aquel desesperado grito: “¡arriba campeón!”. Unos segundos antes un petardo estallaba bajo mi chancla… Mientras fui niño, mi abuelo empeñó su vida en mostrarme las ventajas que tenía mi cojera. Como buen abogado alentaba mi predisposición a la justicia. Mi pie “especial” caminaría exactamente los mismos quilómetros que el otro, y como tal era igual de valioso. Interrumpiéndole pregunté: “si es especial, ¿no tiene más valor?”. Sonrió y me dijo: “serás un buen juez”. Satisfecho, entregué mi examen y me alejé del aula. Ser juez era la herencia que me había dejado mi abuelo. Nunca llegó a ser juez, pero me enseñó a ser justo; tampoco fue nunca cojo, pero a mis seis años, me enseñó a caminar.