Los esclavos del siglo XXI
Alberto González Matilla · SALAMANCANo sé cómo empezó todo. Lo que puedo contar es mi experiencia. La mía y la de otros compañeros. Cuando me llamaron para hacer mi primera pasantía fui la mar de contento. ¡Tengo un empleo!, pensé. No me importaba el trajín, yo quería trabajar. El tiempo pasó y el despacho cada vez tenía más beneficios, pero nunca hubo un detalle por mi esfuerzo, ni siquiera un «»gracias»». Me cansé de ver pasar ante mis ojos decenas de minutas donde cargaban conceptos que yo había realizado y por los que no vi un duro. Después de años sin un salario, sin cotizar… he aquí mi desistimiento. No voy a esgrimir que necesito hacer mi vida sin depender de nadie, que también (¿en qué oficio no se cobra? ¿para qué existen los contratos de formación?), simplemente lo dejo porque la profesión que amaba ahora la aborrezco… Quizás es lo que querían.